martes, 17 de enero de 2012

Lautobiogrfía.


Cuando era una niña, solía jugar con muñecas, trenes y dibujaba. Adoraba ver cómo los pajaritos volaban bajito, bajito en las tardes del verano. Mi casa era pequeñita y tenía una piscina pequeña y una casita de muñecas pequeña. Desde chica que amo las estrellas y sueño con conocer hasta el último rincón del universo...del espacio sideral. Cuando llegue al campo crecí y perdí algunos juguetes en el traslado pero sobrevivo con ello cada día. Cada vez que crecía un poco...un poco de pasto crecía en mi patio. Mi abuela enfermó y vino al campo con nosotros y yo la quería tanto por sus payasadas y sus kuchenes de nuez. Viví mi pre adolescencia soñando con un principe azul llamado Andrés, Patricio, Cristobal, Nicolás y un tal Matías...mi amigo el Mati. Soñaba con ser cantante de Rock y telonear a Blink 182 algún día, soñaba que mi primer beso sería lo más mágico del universo, también soñaba con ser grande. Y de amor en amor llego la adolescencia y con ella llegaron los amigos, los carretes, los besos, la cerveza y las decisiones. Llegó al fin el primer beso casi perfecto con ramitas y desilusiones, llegó al fin la vida que siempre quise vivir y yo era la protagonista, llegaron el hardcore, la religión y la popularidad. Deje la pasión de mi vida, el patinaje artístico, y lo cambié por tardes en la piscina riendo y escuchando música en la casa de la abuela de Pablo. Descubrí que cantaba horrible y que quería ser diseñadora, me enamoré por primera vez de un extranjero menor, un chico malo de esos con los que soñaba cuando leía Mala Onda; no era Matías Vicuña pero me amaba. Viví los últimos años de colegio estudiando y carretiando, peleando y riendo…y muchas muchas veces llorando. También me rompieron el corazón por primera vez, eso me dolió…dolió bastante y más de lo que veía en las películas. Era bonita, con buen cuerpo, inteligente, creativa y loca. Me la pasaba el día dibujando cosas y escondiendo conversaciones de papel con Matías…el mismo Mati pero en versión mejor amigo. Y sin darme cuenta llegué al último año de colegio y me volví a enamorar de un chileno esta vez, ojos de chocolate, pelito bonito, pequitas y alpargatas. Su nombre: Gonzalo. Quien me ha acompañado desde ese entonces hasta hoy…tres años después. Nos acoplamos tan bien que llegamos a formar una sola historia, es un niño imantado y siempre vuelvo a él. No fui diseñadora, claro, estoy estudiando Educación Parvularia…mi don innato al parecer. Amo bailar, correr muy rápido para olvidar, seguir dibujando, cantar muy fuerte con los audífonos puestos y saltar las líneas de las veredas. A mis 20 años ya se esfumó la popularidad de ensueño que disfrutaba a los 16, desaparecieron la mayoría de los amigos y quedan unos pocos... el Matías y el Toño, la Yael, el siempre loco Guille, mis amigas de la universidad y mi sombra. Deben haber más pero considerarlos amigos es una responsabilidad muy grande. Y así vivo y sigo en este mundo de locos. Aún no comprendo por qué no me puedo subir a una nave espacial con una pecera en la cabeza y viajar por todo el universo. Aún no comprendo como la vida cambia tanto en 20 años, ni hasta cuando seguirán costando $1.100 las Big Mac.

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